miércoles, 6 de abril de 2016

MALCRIADO






-De veras que tú sí eres el mismísimo Anticristo. No sé qué estoy pagando contigo.
-Usted siempre con sus cosas, madre. ¿Cuándo se le va a quitar lo dramática?
-¡A mí no me hables así, cabrón! Nomás eso me faltaba. Que encima de todos los entripados que me haces pasar, además te me pongas altanero.
-Pues es que no sé ahora qué hice.
-¿Y cómo vas a saberlo, zoquete? Si andabas hasta las manitas, condenado. Seguro que no te acuerdas de lo que le hiciste a tu abuelita. Mírala; pobrecilla. Ve nada más cómo la dejaste.
Raulito miró a la octagenaria señora que yacía tendida en el viejo colchón, ese colchón que había atestiguado varias generaciones de inmoralidad. Lo cubría una sola sábana con mas agujeros que la integridad de todos los miembros de esa familia a la cual  le había tocado  en suerte pertenecer.
-Qué tranquila está mi abue. Nunca la había visto así, tan quietecita. Ojalá se quede así por un buen rato.
-Cómo no se va a quedar así. Si está muerta. Bien muerta. Tú la mataste con tus propias manos, chacal.
Raulito pareció no entender lo que su madre le estaba diciendo. Un conjunto de imágenes nebulosas e incongruentes empezaron a desfilar por su atrofiada mente. No alcanzaba a hilar dos ideas. Pronto se despreocupó de ello. Al fin y al cabo, siempre había sido así.
-¿Qué vamos a hacer con mi abue?
-¿Qué vas a hacer tú con tu abue, baboso? Como anoche ya hiciste con ella todo lo que quisiste, ahora quieres que yo remedie tus estupideces, como siempre. Pero no, mijito; esta vez vas a cavar el hoyo tú solito. No toda la vida te voy a estar solapando. Faltaba más.
Raulito cavó buena parte de la mañana en el terreno baldío que tenían a unos cuantos metros de su vivienda, buscando previamente con la pala el sitio adecuado; uno donde no hubiera osamentas que obstruyeran su labor.
Su madre sólo salió dos veces: la primera para llevarle agua, pues el sol estaba arreciando, y la segunda, para acercarle la cal que había olvidado junto a la letrina.
Cuando la tarea estuvo concluida, se sentaron a almorzar el acostumbrado plato de frijoles con chile y un par de tortillas para cada uno.
Raulito siempre se quedaba dormido luego del almuerzo, y ahora con más razón: cavar siempre lo dejaba agotado.
Doña Petra se acercó a ponerle encima su chal, y se le quedó mirando un momento, añorando los días en que Raulito, siendo  niño, dormía en ese mismo colchón.
-Cómo ha pasado el tiempo. Mira cuánto has crecido. Tus maldades también crecen contigo, canijo. De todos modos, para mí siempre serás mi angelito. Duerme, corazón. Al rato viene a visitarnos tu tío Danilo, y tienes que agarrar hartas fuerzas porque va a estar bien preguntón.
Doña Petra salió al  patiio, que en esa época del año estaba lleno de fango y estiércol. Espantó con un grito agudo a los perros que merodeaban. La vieja sábana del colchón debía ser lavada una vez más.







Manuel Amador Huerta

No hay comentarios:

Publicar un comentario