Una extraña enfermedad
Sir John pertenecía a una
estirpe de nobles caballeros. Por generaciones su familia había proporcionado
formidables guerreros que habían resultado vencedores en innumerables batallas.
Desde niño él conocía su destino y a tal efecto se había adiestrado con
entrega. Siendo todavía un joven, ya poseía una notable maestría en el manejo
de la lanza y la espada, incluso a caballo. Pero en donde destacaba sobremanera
era en su increíble puntería en el tiro con arco.
Los padres se sentían orgullosos
de su hijo. Aunque a veces no parecían gustarles demasiado los paseos por el
bosque del chico, entregado a observar plantas y piedras y a estudiarlas,
esmerado, con la ayuda de su preceptor. El padre, sobre todo, prefería verlo
dedicado a tareas más varoniles y siempre que podía imponía a su hijo
quehaceres para desarrollar su fuerza física.
Llegó el final de su
preparación como caballero y, por tanto, el día de ir a la guerra. Para la
ocasión Sir John montaba un alazán blanco hermosamente guarnecido y vestía
soberbia armadura, casco con penacho y una espada recién salida de la fragua
del mejor forjador de armas.
En cuanto Sir John vio
entrechocar los aceros de los cientos de caballeros desplegados en el campo de
batalla, chorreantes de sangre, un picor insoportable de apoderó de todo su
cuerpo, tanto que le fue imposible empuñar el arma, entregado como estaba a
rascarse con todas sus ganas, sin poder remediarlo. Hubo que volverse sin
estrenar la espada. En el regreso, Sir John pasó todo el camino taciturno y
cabizbajo.
Su madre creyó que la piel
delicada del chico no estaba acostumbrada a llevar la cota de malla y eso le
había afectado. Así que para la siguiente batalla le cosió una camisa de la más
fina batista para vestirla debajo de la armadura. Sir John, flamante, marchó de
nuevo a la guerra, pero cuando se disponía ya a la lucha sobre su caballo a
galope, una serie interminable de estornudos lo hicieron detenerse; su nariz no
dejaba de moquear y sus ojos de lagrimear. En ese estado fue imposible entrar a
la batalla. De nuevo Sir John volvía a su hogar sin haber estrenado su espada,
aún más taciturno y cabizbajo que la ocasión anterior. En el castillo, nadie se
explicaba lo qué ocurría. Sir John se encerró en sus aposentos sin querer
hablar con nadie.
Tras unos días de
desconcierto, el padre de Sir John decidió que una buena jornada de caza
animaría al muchacho. Invitó a los jóvenes nobles de la zona y al alba ya
estaban todos reunidos a la entrada del castillo, Sir John incluido. Hacía una
despejada mañana de otoño y se preveía una buena cacería, los perros brincaban
y ladraban alrededor de los caballeros. Llegaron a un claro del bosque y cada
caballero escogió su puesto a la espera de un jabalí o de un venado. Sir John
llevaba una ballesta y todos sabían de su gran puntería. Apareció un ciervo a
beber en el río. Los cazadores, de mutuo acuerdo, dejaron a Sir John el honor
de disparar y cobrar la pieza. Pero no bien había terminado de tensar la cuerda
de la ballesta cuando sintió que el aire le faltaba, no podía respirar, como si
sus pulmones se negaran a dejar entrar el aire que necesitaba. Unos silbidos
roncos se le oían cada vez que pretendía inspirar. Esta vez sí que el padre de
Sir John se asustó, tomó a su hijo en brazos y él mismo lo llevó a su cama para
que se recuperara.
Los padres estaban convencidos
de que su hijo padecía una grave enfermedad y entre ambos decidieron mandar a
un mensajero para traer al castillo desde la ciudad a un sanador judío que
tenía gran fama en toda esa comarca. El médico acudió tan pronto como preparó
lo indispensable para viajar y pidió ver al enfermo que guardaba cama desde el
incidente de la caza, a pesar de que parecía muy saludable. El médico, a solas
con el chico, lo examinó e interrogó durante largo rato. Los padres esperaban
en la sala. Cuando el judío salió, el padre, afligido, se apresuró a preguntar:
-Decidme, señor mío, ¿qué mal
aqueja a mi hijo?, ¿hay que temer por su vida?
-Nada hay que temer,
excelencia, su hijo está perfectamente, tan sólo padece alergia a la violencia.
Amparo Valdés Solís
*España
*Relato corto, cuento
*amparo_valdes@hotmail.com
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