miércoles, 6 de abril de 2016

Gracias, señora




“¿Qué tal te fue en París?”. “¿Tu hija ya está en secundaria?”. “¿Sigues en la misma empresa?”. “¿Y eso que te cortaste el cabello?”. “¿Abriste la cuenta en Panamá?”. “¿Cómo sigue tu papá?”. “¿Cuántos años cumpliste?”. “¿De verdad sabes tocar guitarra?”. “¿Ya te repararon la computadora?”. “¿Tienes carro?”. “¿Dónde conseguiste harina?”. “¿Supiste que María y Pedro se separaron?”. “¿Estás por terminar el doctorado?”. “¿Cuánto te pagan?”. “¿Sigues practicando yoga?”. “¿Cuándo te casas?”. “¿Tienes afeitadoras?”. “¿Es flaco o gordo?”. “¿Dónde compraste ese vestido?”. “¿No me digas que te gusta planchar?”.
Otra mañana en la panadería. Es domingo. Todos hablan al mismo tiempo. Nadie escucha a nadie. Los niños insisten en que quieren más pastel de chocolate. Termino mi café. Tomo mi libreta y releo lo que escribí ayer. Sonrío al recordar una conversación de ayer. Al releer y al recordar siento que el ayer es hoy. Parece que mi sonrisa le ha gustado a este pajarito negro, que vuela feliz después de comer los trocitos de hojaldre que quedaban sobre mi plato.
 “Mañana el plomero irá a la casa”. “Mi esposo no encuentra ropa interior en ningún lado”. “Andrea es una cuaima”. “A mi vecino le abrieron el carro y le robaron la batería”. “Está fino el color de tu cocina”. “Esta semana no pude ir al gimnasio”. “Se me dañó el aire acondicionado”. “Le es infiel”. “Pronto empezaré el curso de inglés”. “Reconozco que estoy enviciada con el celular”. “Se puso pechos”. “No me gusta el frío”. “Vamos a tomarnos una foto”. “Ay, qué linda niña, se parece a su mamá”. “El tiempo está ideal para ir a la playa”. “No soporto cómo habla”. “Acabo de romper la dieta con esta torta”. “Mañana me pondré la blusa azul que me regalaste”.
Me levanto. Salgo al mismo tiempo que una joven señora. Camino detrás de ella; veo que detiene sus pasos para hablarle al señor mayor sentado frente a los carros; al mismo señor mayor de quien se dice que fue carpintero; al mismo señor mayor de mirada sincera; al mismo señor mayor que hoy apenas puede mover sus piernas; al mismo señor mayor que con voz trémula repite “una ayuda, por favor”. Ella le sonríe bonito y él, intentando responderle de la misma manera, con un todo lleno de sorpresa y timidez, no aparta su vista de la bolsa que envuelve al sándwich y al jugo que ella carga.
-Que tenga buen provecho, señor.
-Gracias, señora. Dios se lo pagará.
Ella se aleja. Él come y toma sin pausa. Al fondo, los niños gritan que quieren más pastel de chocolate.




Dalal El Laden
Vereda anónima
*Este texto es de ese ayer que siento que es hoy.

**http://dalalelladen.blogspot.com

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