A Zapotlán vía París
La noche del 9 de marzo de 2011, en la sala
de Cabildo de la Presidencia Municipal de Ciudad Guzmán, Jalisco, se presentó
el libro Guillermo Jiménez. Ensayo biográfico, del investigador Héctor Alfonso
Rodríguez Aguilar, el libro aquella vez fue presentado por Roberto García
Correa y Víctor Manuel Pazarín.
El ensayo que sirvió de presentación, esa
noche, ahora se publica en una plaqueta, bajo el nombre de A Zapotlán vía París
(2013), que edita de manera independiente el Ayuntamiento de Ciudad Guzmán y la
Editorial Sotavento Ltd, en su colección “La autopista del Sur”, que a su vez
se presenta la noche del miércoles 6 de marzo, a las 20:00 horas, en la Casa de
la Cultura, durante los festejos de la Semana del Natalicio del Escritor Guillermo
Jiménez, con la presencia de los escritores Juan Pablo Zavala y Juan Manuel
Preciado, Héctor Alfonso Rodríguez
Aguilar y el autor del ensayo Víctor Manuel Pazarín, quien ha permitido a
Dimensión Real de Colima reproducirlo en nuestras páginas.
Francisco Castañeda Avila – Dimensión
Fotos: Cortesía
Contemporáneo de mi abuelo paterno, la vida
de Guillermo Jiménez, preparada por el ensayista Héctor Alfonso Rodríguez
Aguilar, ofrece no solamente la delicia de conocer la genealogía de la sociedad
burguesa de un determinado tiempo en Zapotlán el Grande, sino también la
oportunidad del retorno a un pasado cercano que confiere la tonalidad de la
universalidad y, a la vez, el disfrute del color local de un pueblo por muchos
motivos singular.
Profundo en anécdotas históricas de barrios y
personas que definieron la idiosincrasia de un sector de la casta zapotlense,
esta semblanza abre el conocimiento puntual sobre uno de los más importantes
poetas y novelistas mexicanos —tan alto como olvidado—; es una novedad
bibliográfica fundamental, pues Guillermo Jiménez. Ensayo biográfico, brinda la
oportunidad de conocer un mundo no perdido, sino vibrante y vital.
Es importante la aparición de la primera
biografía de Guillermo Jiménez en este año, ya que justo este 9 de marzo se
cumplen ciento veinte años de su nacimiento.
Jiménez nació en 1891 y su vida y obra
literaria lograron, en su momento, prolongar la vida artística y literaria de
Zapotlán el Grande, que ha sido llamado por algunos la Atenas del Sur. No es
casual el epíteto. En este espacio que yo llamo mágico, nacieron algunos de los
más importantes actores de la vida cultural de México y —lo digo sin exagerar—
de orden universal.
Aunque no nació en Zapotlán, sino en Tonila,
aquí vivió desde su infancia y se formó la escritora Refugio Barragán de
Toscano, cuya novela La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado
(aparecida en 1894, antecedida por la novela La cabaña del tío Tom, de Harriet
Beecher Stowe, que fue, según entiendo, la primera novela escrita por una mujer
en América y se editó en 1852), relata una leyenda propia de este pueblo y que
perdura hasta nuestros días, en la boca de muchos nativos de Zapotlán.
A la narradora le siguió José Rolón (1876),
cuya obra orquestal más importante confirmó ya con toda claridad una línea muy
particular que ha perdurado como una tradición, continuada finamente por sus
predecesores. Rolón viajó a París a realizar estudios musicales con Mozkowski
y, luego, con Paul Dukas y Nadia Boulanger, y a su regreso compuso sus más grandes
obras musicales, entre las que destacan Zapotlán y Cuauhtémoc.
Viajar a París y escribir o celebrar a este
pueblo con su obra, parece haber sido interrumpida por otra de las cumbres
zapotlenses, pues José Clemente Orozco (1883) no tuvo esa ambición y lo que
hizo fue viajar, sobre todo, a Estados Unidos, donde encontró muros en los
cuales plasmar sus trabajos.
Fue en Guadalajara donde, por fortuna, nos
dejó su “capilla Sixtina” y que hoy son parte del acervo cultural de la
humanidad. Tengo una vaga noticia de que “el pintor de llamas” (como lo llamara
Octavio Paz), quiso realizar un mosaico en Zapotlán, pero la sociedad de
arraigadas costumbres conservadoras, se opuso, y con ello nos obligó a las
nuevas generaciones a no tener una obra que nos permitiera continuar, de algún
modo, sus pasos en la pintura.
Hasta ahora no conozco a un pintor importante
que haya nacido en Zapotlán y que su trabajo sea reconocido por su relevancia.
Quizá me equivoque; sin embargo, no ha llegado a mis ojos ese ser que se haya
distinguido por la violencia de los pinceles orozquianos para tomar al menos
cierta altura respetable.
Fue entonces, hasta el nacimiento de
Guillermo Jiménez, que los nativos de Zapotlán volvieron a desear ir a París y,
ya no pintar, pero sí dibujar con la pluma el paisaje de este pueblo.
Jiménez trajo de nuevo el loco deseo de ir a
la Francia y describir con palabras a Zapotlán. Su obra poética y narrativa, de
un lirismo encantador, revelan a un autor de orden universal, y la descripción
que nos ofrece Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar en su ensayo es, sin duda, una
oportunidad de reencontrarnos con un mundo para muchos desconocido y para otros
anhelado desde hace mucho.
Rodríguez Aguilar se afanó por años en este
encargo —por al menos tres lustros—, y quienes conocíamos su labor ya habíamos
perdido la esperanza de encontrarnos con su investigación a manera de libro.
Por fortuna, se decidió y fue acogido por el Archivo Histórico Municipal de
Zapotlán, que coordina el cronista Fernando Castolo, quien es sensible a
trabajos de esta magnitud.
De esta manera, Héctor Alfonso Rodríguez
Aguilar tiene ya un espacio dentro de la tradición literaria y cultural de
Zapotlán, que si hacemos una breve lista, bien podrían ser los siguientes en un
orden sin orden: Refugio Barragán de Toscano (narradora), José Rolón (músico), José
María Arreola (sacerdote y científico), José Clemente Orozco (muralista), Guillermo
Jiménez (poeta y narrador),
Alfredo Velasco Cisneros (poeta), Juan José
Arreola (narrador), José Gómez Ugarte (periodista), Petronilo López (músico),
Consuelito Velázquez (compositora), Joaquín Vera (compositor), Esteban Cibrián
(historiador), Rubén Fuentes (músico), Vicente Preciado Zacarías (ensayista),
Hugo Salcedo (dramaturgo), Fernando Castolo (historiador).
Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar (ensayista),
Guillermo Ochoa-Rodrigues (poeta), Julio César Aguilar (poeta), Alejandrina
Torres (poeta) y Jorge Rúa (arquitecto), quienes son, al menos para mí, los más
destacados actores de la cultura de Zapotlán, de todos los tiempos.
La nómina destaca a tres Eras de la cultura y
de la historia zapotlense. Algunos de ellos mantienen sus nombres ya en alto;
otros, únicamente en un ámbito local y regional; los más jóvenes apenas
realizan sus mejores trabajos.
Sin embargo, nadie tiene duda cuando se
declara que las más altas cumbres de la cultura de Zapotlán, son —y serán por
siempre—: José Rolón, José Clemente Orozco, Guillermo Jiménez y Juan José
Arreola, de allí la enorme exigencia para cualquiera que haya nacido en esa tierra
de volcanes y lagunas, y desee consagrarse a la música, la pintura o a las
letras.
El viaje de Jiménez y Arreola
Plenamente destacado en Guillermo Jiménez.
Ensayo biográfico, Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar narra cómo con un viaje de
Zapotlán a París comienza el despegue de todas las generaciones posteriores de
escritores de la mal llamada Ciudad Guzmán. Ese viaje de Guillermo Jiménez,
realizado gracias a las instancias ofrecidas por Venustiano Carranza al joven
de Zapotlán, por haberle recibido y nombrado “Bienvenido a esta tierra
caballero azul de la esperanza”, historia ampliamente divulgada por Arreola,
quien por muchos motivos se sintió entusiasmado por la narración, al grado de
él mismo señalar a Guillermo Jiménez como un “pre-Arreola”.
Ese viaje realizado por Jiménez a París,
Arreola lo ambicionó y lo hizo. Fue a la Ciudad Luz durante la Segunda Guerra
mundial y continuó, de manera casi mimética, los pasos del autor de la novela
Zapotlán (1940).
Hay una enorme deuda de Arreola a Jiménez y
no es únicamente en el sentido de un viaje de un pueblo a una ciudad, sino que
entre las novelas y la escritura de ambos hay una especie de reconocimiento. Es
claro que La feria (1963) proviene en línea directa de la obra de Guillermo
Jiménez: hay una especie de continuidad y de homenaje.
Hay una imitación y, también, el
planteamiento de una continuidad de la tradición instruida por Refugio Barragán
de Toscano (La hija del bandido), por José Rolón (Zapotlán, sinfonía), por
Guillermo Jiménez (Zapotlán) y por Juan José Arreola (La feria).
Guillermo Jiménez amó la obra de Giovanni
Papini y Arreola mantiene una influencia total del escritor italiano. Arreola y
Jiménez son almas gemelas y ofrecen la posibilidad de mantenerse en una sola
línea lírica y narrativa. El trabajo de Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar,
Guillermo Jiménez. Ensayo biográfico, es una guía magnífica para seguir estas
dos vidas que, bien vistas, son de una enorme semejanza en formación y
desarrollo en su escritura.
El trabajo de Rodríguez Aguilar, por su
pulcritud en el desarrollo de su investigación, logra despertar el interés no
únicamente sobre el autor de Zapotlán y Constanza, sino que empuja a hacer una
larga circunnavegación que nos lleva hacia muchos destinos. Su trabajo es uno
de los mejores que han realizado sobre Guillermo Jiménez, olvidado impunemente
y para muchos desconocido.
Con Guillermo Jiménez. Ensayo biográfico, de
Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar, no habrá pretexto para saber que su vida y su
obra produjeron una hermosa tradición lírica e intelectual que permanece hasta
nuestros días, y quienes nacimos en Zapotlán, somos sus hijos, sus nietos o
bisnietos.
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